domingo, 30 de junio de 2013

Summer Time (15-16 de junio)

Llega el verano a Suiza. Y con él, mi piel es víctima de una mezcla entre crema solar, antimosquitos y sudor diaria. Porque claro, quien pensaba que en Suiza hace frío todo el tiempo, estaba muy equivocado. El sol, sumado a la humedad, me recuerda muchísimo al verano en Castellón (un asco). Además, este año, como en todos lados, ha llegado de repente, cuando menos los esperábamos y en plan: "¿No querías sol? Pues tomar ración triple". 

Por otro lado, aquí no hay mosquitos, aquí hay aviones que te pican hasta el fin de sus días. (El sábado por la noche, maté a uno con la mano y después tenía una picadura en cada palma). Y, como no puede ser de otra manera, las picaduras son acordes a su tamaño: el Teide es un granito de arroz en comparación.

Sin embargo, gracias a la llegada del sol, hay mucha más alegría en las calles. Facilita la socialización, (en mi caso, la práctica del francés), pone de mejor humor a la gente y permite que el niño esté correteando todo el día fuera. Con lo cual, he de reconocer el mérito que se merece al buen tiempo. Aunque odie el sol y el bochorno con todas mis fuerzas (tampoco es que tenga mucha fuerza). 

[Las dos primeras imágenes, se corresponden al típico pueblo suizo de Gruyères, maravilloso y totalmente recomendable. En la primera, podéis ver el alphorn, un instrumento típico suizo]

Entonces, como no podría ser de otra manera, este fin de semana seguimos nuestra rutina turística que tanto me encanta. Decidimos alquilar un coche, en vez de usar el tren. Y es que este fin de semana vinieron unas amigas de Merce. Intentamos comprar la Carte Journalière, digamos un abono de un día con el que usas todo medio de transporte público que necesites (aunque los que no tengan demi-tarif no podrían cogerlo). Pero estaban agotadas. Además la diferencia de precio era abismal: cinco abonos, más de 350 francos suizos, para sólo un día. Por el contrario, el coche nos salió a 255 francos, dos días,  (el cuádruple que en España, pero ya sabéis cómo son las cosas aquí), más 75 francos de gasolina. 


El itinerario para el sábado fue: fábrica de chocolate Cailler en Broc, Gruyères y Bern. Como todo los que conozco sabrán, no me gusta el chocolate. Por eso os sorprenderá que diga que recomiendo fervientemente que vayáis. La visita dura como 20 minutos y te cuenta la historia del chocolate, de una forma muy amena: vas entrando a diferentes habitaciones animadas con luces, movimientos o imágenes (a medida que puertas mecánicas se abren) y una voz en off te va contando la historia de forma bastante resumida y comprensible (en nuestro caso, en español con acentazo alemán súper gracioso). Al final de la visita lo mejor para los chocolate-lovers: degustación de más de 10 tipos diferentes de chocolatinas. (Perdí la cuenta de todos los que eran).




En Bern fue donde más anduvimos. Fue una pena que la calle principal estaba toda en obras. El símbolo de la capital Suiza es el oso, porque el Duque Bertoldo V de Zähringen, fundador de la ciudad, le puso el nombre después de vencer a un oso allí, animal que abundaba por esa zona. Así que acabamos el tour en el Parque de los osos (o Bären
graben). Actualmente, hay dos osos adultos y tres pequeñitos (aunque no de tamaño), de un año.

Aunque los osos son bien alimentados y tienen un amplio terreno donde estar, siempre estaré en contra de que a los animales se encuentren fuera de su hábitat natural, simplemente para nuestro entretenimiento o placer; me parece algo egoísta por nuestra parte. 


El domingo, cogimos rumbo a Francia, justo en dirección opuesta al día anterior: Annecy (La "Venecia" francesa, foto de la izquierda), Chamonix (Mont-Blanc, foto de la derecha), Chatêau de Chillon y Montreux.







P.D. La entrada estaba escrita desde el fin de semana del 15 y el 16 de junio, pero no tenía imágenes para aportar, de ahí el retraso en la publicación.