miércoles, 2 de enero de 2013

"Hola, soy María y compro tu amistad con chocolate"

Si algo he aprendido estas últimas semanas de Navidad, es que cuantas menos expectativas tengas, menos dura será la caída.

Después de unas semanas de atiborrarme a ver capítulos de Modern Family, ayer vi uno en el que Phil sale muy decepcionado el día de su cumpleaños, porque esperaba el último I-Pad, pero su mujer se durmió y no hizo cola para regalárselo. El pobre Phil decía que no hay que tener grandes expectativas respecto a la actitud de la gente, pues así no saldrás muy decepcionado. Y precisamente, anoche más que nunca, me di cuenta de la gran razón que tenía. (Lógicamente, como serie de televisión, tuvo final feliz. Pero en la vida real eso no habría pasado).
 
Es cierto que estaré nostálgica, porque en dos días me voy a otro país, a cuidar de un niño. Y sola. Se puede decir que no dispongo de todo el tiempo que me gustaría para "despedirme" (tampoco es que me vaya a la guerra, lo sé). Pero siempre esperas más de ciertas personas que han significado mucho en tu vida. Y bueno, llegado este momento, quizá las necesitas más que nunca.
 
No es enfado, a pesar de lo excesivamente quejica que yo pueda parecer, es simplemente decepción. La decepción es de las pocas cosas que nunca desaparecen de tu vida. Desde el momento en que sales de la placenta calentita para acabar en este mundo frío en el que tienes que llorar para que te alimenten, pasando por el descubrimiento de que los Reyes Magos no existen ni Papa Noel ni el ratoncito Pérez. Más tarde, con el primer novio que crees haber tenido (o ese tío que en la adolescencia te dijo que te quería para tocarte las tetas) y acabando por los "amigos forever" que tanto has apreciado.
 
Pero bueno, por otro lado, siempre está esa gente que hace todo lo posible por verte (venir de Granada, quedar contigo a pesar de estar enfermos o de tener que trabajar, o simplemente una llamada para quedar). A la hora de la verdad, esos son los que realmente van a echarte de menos, van a querer saber de ti y, a la vuelta, mantendrás su amistad. Y en los que te gastarás dinero para traerles toneladas de chocolate, o cerveza. ("Hola, soy María y compro tu amistad con chocolate". Guiño, guiño).
 
Banalizando el asunto (cosa en lo que soy experta a estas alturas de mi vida), lo que realmente me habría hecho falta es un polvo de despedida. Pero no. Me consolaré con que en Suiza el sustitutivo es bueno (me río yo de la propiedad sexual del chocolate). Así que, si vuelvo rodando, ya sabéis el porqué.

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